Nada dura para toda la vida. Para empezar, ni siquiera nosotros mismos lo hacemos. ¡Como para pretender que lo haga el resto! Y qué mal solemos llevar esa idea, francamente. Una pareja para toda la vida, un matrimonio para toda la vida, unos amigos para toda la vida,... La misma casa, la misma ciudad, la misma profesión, el mismo puesto,... Si hubo un tiempo en el que eso tuvo algún sentido, eso ya se acabó, señores. Si hubo una época en la que no se aspiraba a vivir de otro modo, fue en otro siglo. Si hubo una edad en la que yo creí que eso era la vida, esa ya la pasé. Y estoy contenta por ello. ¡Eureka! Por haber sido capaz de ver que la historia no es así y por no hundirme al resistirme a que así fuera. Que todo tiene fecha de caducidad y no es una hecatombe.
Ya aprendí la lección de que no hay nada más frágil que los sentimientos. Que estos se transforman y hasta se evaporan. Y que no pasa nada por ello. Yo misma sé lo que es enamorarme y desenamorarme. Varias veces. Y ahora ya sé que no es un drama. Es humano. Enamorarse es un sentimiento potente y desenamorarse es esperado cuando el viento no acompaña y no hay nutrientes suficientes. De nada sirve negarnos. Es hasta terapéutico. Todos cambiamos, todos evolucionamos, y no siempre acompañados, ni en la misma dirección. La clave está en seguir sintiendo y querer enamorarse tantas veces como la vida disponga. Por mi parte, espero seguir haciéndolo muchas veces. Y seguir sintiendo. Y descubriendo. Y descubriéndome. Porque sí, porque los sentimientos cambian y las personas también. Razón por la que, al igual que la pareja, los amigos van quedándose tristemente -o no tanto en algún caso- en el camino. No todos llegan contigo al final de la película. Y no pasa nada por ello, si entendemos que cada uno elige circular libremente por los caminos que se va a encontrando. Yo así lo pretendo. Y no consiento tampoco que no sea así. Sentirme muy libre y entregarme principalmente a lo que me marque mi reloj interno. Y si esto sucede con mis sentimientos, ni qué decir tiene que lo material está de más. Que no serán un lugar, ni una vivienda, ni un puesto de trabajo quienes me corten las alas. Que no serán una hipoteca, ni un destino geográfico, ni un empleo que ya no me llene quienes me vuelvan gris. Porque yo ya entendí que nada dura y que eso no es tan malo. Y lo tengo asumido. Y le he sacado el gusto a esa cuestión, por cierto. A renovarme. A volver a sentir mil sensaciones. Y seguiré avanzando, porque el día que me vaya, que me marche de aquí, sé que me iré yo sola. Igual que llegué al mundo.
Nada dura para toda la vida. Y lo poco que dura hay que mimarlo mucho, para que no se pierda entre la gente...
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