NO MALTRATES AL SEXO

By María García Baranda - noviembre 09, 2016

    

SERIE:  ♀ Fémina

    Civilización y barbarie es una novela escrita por el argentino Faustino Sarmiento en 1845. Recoge la sangrienta dicotomía entre estas dos maneras de vivir, entre lo que se considera correcto e incorrecto, moral e inmoral, modernidad y retraso. He tomado esta novela como ejemplo, como concepto inicial para formular la siguiente tesis: los seres humanos integramos un colectivo que castiga fuertemente su esencia natural, que la disfraza de compostura y en su adulteración empeora el resultado obteniendo un producto tóxico y nocivo. Renegamos de quiénes somos, huimos -siempre cara a la galería-, de nuestro componente animal. Consideramos que la evolución, el progreso y el desarrollo de lo que nos hace únicos, nuestro intelecto, pasan forzosamente por volverle la cara a la totalidad de nuestros rasgos más consustanciales. Son muchos, son casi todo lo que en nosotros habita, y se encuentran injustamente tratados. Me voy a centrar hoy en el más significativo de todos: el sexo.


De cómo disfrazamos al sexo de algo extraño

    Mueve el mundo, da dinero, saca lo peor de muchos. Lleva al delirio, a la locura, al delito, a la monstruosidad. Hace nacer el sentido de culpa, lleva a comerciar con sentimientos y supone a veces una pesada carga sobre las conciencias. Podría seguir completando la visión con negatividad para contrarrestarla con lo que de verdad es. ¿Por qué le hacemos eso al sexo? Más allá de los fines reproductivos -que no son asunto de este artículo-, el sexo es un puro instinto y una necesidad natural de respuesta al deseo y de búsqueda del placer. Junto a dormir, a alimentarse y a otras necesidades fisiológicas no existe acto más primario, más limpio, ni que nos iguale más con el resto de compañeros del mundo animal al que pertenecemos. Todo iba bien hasta que metimos la mano, hasta que pretendimos civilizarlo y, por supuesto, evangelizarlo. Todo iba como la seda hasta que diferenciamos entre esas civilización y barbarie, y comenzamos a etiquetarlo y a compararlo con otras realizaciones humanas como la religión, la moralidad y lo políticamente correcto. De pronto el sexo se había convertido en algo oscuro y escondido. Ciertamente sucio. Algo tremendamente privado, sí, pero no desde el sano punto de vista de la preservación de la intimidad, sino con el fin de no sacar a la luz algo que automáticamente puede convertirse en un arma arrojadiza: acto analizable, evaluable y criticable, y medio de encasillamiento del implicado. 
     No hay nada de malo, por lo tanto con el sexo, siempre y cuando sea practicado con los principios básicos de dignidad humana: libertad, ausencia de daños físicos, emocionales y psicológicos, consentimiento de las partes, madurez,... Más allá de ello, el hecho de practicarlo mucho o nada, con unas tendencias y gustos determinados, en el contexto de una via individual o compartida,... todo ello no es en absoluto relevante para nadie más que para quien lo elige. El aporte tóxico está pues en nuestro tratamiento de él: a golpes y con un sentimiento de amor-odio sin igual. Llegamos a adorarlo como a la mejor de las experiencias, hacemos lo indecible porque no falte, porque sea placentero, y en sus deleites estamos todos de acuerdo. Pero lo escondemos en el desván, con parte de vergüenza, parte de recelo y bastante desdén. No me cabe en la cabeza que algo que aporta tantas satisfacciones sea tan maltratado. Así, de todos los usos del sexo como elemento llevado a juicio, hay uno que sigue levantándome ampollas y es el que se emplee como marca que separa las categorías e importancia de las relaciones humanas, y por ende, que categoriza a las personas en dos grupos: aquellos que se dan a valer y aquellos que no. Lo que acabo de decir suena, como poco, al siglo XIX, ¿a que sí? Pero, como que estoy aquí, que sigo viéndolo, leyéndolo y escuchándolo por todas partes. La única razón que se me ocurre para ello es la de que siga considerándose, tal vez en la parte más subconsciente de nuestros cerebros, como un vicio y no como una práctica natural. Lo educacional es el principal culpable de ello, claro está Vamos con calma.


Pero, ¿qué hacemos mal?

 En primer lugar, lamentablemente se siguen minusvalorando las relaciones cuando se basan en mantener sexo o cuando se hallan en una fase en la que aún no ha dado tiempo para desarrollar y asentarla emocionalmente, siendo lógicamente el deseo sexual lo que prima y la emoción que la caracteriza. Se aborda como si de un vínculo menor se tratase, un sentimiento de segunda categoría, en el que no estuviesen implicados los mismos seres que en una conversación íntima o en una cena en un restaurante. Hasta donde yo entiendo interactúan igualmente -como mínimo- dos cuerpos, dos mentes y dos sacos de emociones. Por lo tanto, la consideración dada debería ser la misma. Me sorprende negativamente que desearse sexualmente se considere un acto menor, sí señores. Creo que es algo que tenemos grabado a fuego desde hace ya un buen puñado de siglos. Me paro a escuchar a la gente de mi edad y por más apertura que tengamos respecto al tema y a su libre práctica, esa segunda fila de importancia sigue siendo patente. Yo misma me he descubierto torciendo el gesto ante algún ofrecimiento tal y pensando eso de: "bah,... si solo le intereso por sexo, qué decepción". Me avergüenzo de ese pensamiento, de veras que sí, porque si un hombre y yo nos sentimos atraidos, es natural que queramos compartir esos momentos. Evidentemente debería ser fuente de satisfacción para mí el sentirme deseada por la misma persona a la que yo deseo. Mal estaría que no quisiera y sería un golpe a mi ego sexual femenino. Y evidentemente que querrá proponerme, o yo a él, mantener relaciones sexuales,...¡obvio! Si nos gustamos, ¡no vamos a querer vernos para plantar coles, digo yo! Y todo esto entre los adultos, porque si escucho a algunos adolescentes que podrían ser mis alumnos, ahí la sensación de desprecio al vínculo es ya absoluta.
    En segundo lugar, sigo pensando que la mujer lo tiene un poquito peor que el hombre. Discúlpenme, caballeros. Y vuelvo a hablar en general, señores, que experiencias tenemos todos y excepciones que confirman la regla también. Eso pienso, eso veo, eso oigo y eso he vivido. Y lo voy a argumentar, desde lo particular a lo general. Comenzaré diciendo que no exagero ni un ápice al decir que siempre hay quien se embelesa por compartir una relación únicamente sexual con una mujer y, cuando por lo que sea da a su fin a su pesar, llega a utilizarlo como arma arrojadiza. No miento. No engrandezco. Y no hablo de oídas. Me consta. Expresiones del tipo: "pues no le hacías ascos a esto o lo otro", o "bien que te gustaba esto y lo otro". Se dicen, créanme y aunque podrían salir de la boca de una mujer, todos sabemos a lo que me estoy refiriendo. Esto sucede y en la experiencia individual de cada una se encuentra presente. Simplemente lo menciono. Otra prueba, ya no particular sino de orden social, es el uso antiquísimo que se le da a la hora de abordar el respeto en las relaciones amorosas. En la educación hacia la madurez estamos expuestos a informaciones, lecciones y enseñanzas de todo rango. Hoy no faltan, y entre todas ellas hablamos de abusos de poder por condición sexual, esto es, machismo y feminismo radical. Enseñamos además la presencia de comportamientos casi invisibles que lo fomentan, en especial los micromachismos, y justo ahí es donde yo me quedo pasmada con la incongruencia. Leo ayer mismo un par de citas que supuestamente fomentan la autorrealización y el crecimiento personal y que rezaban así: "La mujer ideal tiene el corazón más grande que las tetas y el corazón más abierto que las tetas"; "Una mujer no necesita ni mostrar sus pechos, ni enseñar sus tetas para conquistar a un hombre; hay algo que se llama encanto y personalidad". Ahí está eso, ¿cómo nos quedamos? Yo desde luego asqueada. Estamos ante dos signos de micromachismo, creado y difundido por mujeres, todo sea dicho sea de paso. Y la moneda de cambio en ambos ejemplos, que pretencen ser educativos, no es otra que el sexo. Sexo bueno versus sexo maloooo. Chico, si deseas a la mujer, cástrate que tienes la mente sucia. Mujer, si te ofreces así, eres un putón; recogimiento espiritual. ¡Resoplo! A ver que yo me entere. El que una mujer decida mostarse físicamente y/o practicar sexo sin echar una instancia a la Administración baja su nivel de calidad como persona. Por otro lado, para conquistar a un hombre -ojo, que a la inversa no se dice nada-, no es preciso mostrar piernas ni pecho. Es algo que comprendo perfectamente, pero fíjense que yo pensaba en seducir y gustar físicamente, sexualmente, no en convencer al señor que nos hace la declaración de la renta de que somos fantásticas gestoras de nuestros tributos. Sin "a". Así estamos.


Concluyendo

   Si llamáramos a cada cosa por su nombre, si valoráramos cada uno de los tipos de relación humana que tenemos en su precisa medida y con justicia y respeto, otro gallo cantaría. Por mi parte, saben que soy una mujer con un componente intelectual que cuido. Lo aplico a mi vida diaria en función de las necesidades y del contexto. Me respeto por ello enormemente, pero no por ser poseedora de una mente o de una educación concretas, sino porque el hecho responde a haber perseguido lo que quería. Ser así. Y paralelamente me respeto enormemente cuando no me avergüenzo ni de mi sexualidad, ni de mi enfoque, ni de gustar a quien haya de gustar, ni de que se me vea. No he de esconderme. Pero tampoco he de justificarme si en un momento dado quiero enseñarme. No soy menos por eso. No tiene menos valor enseñar mi pensamiento cuando trato de ofrecer mi punto de vista sobre un tema a alguien, que el mostrar mi silueta cuando quiero gustar físicamente. Y asimismo trato de despegarme de esas enseñanzas inyectadas en la conciencia y que hacen pensar que el que un hombre me manifieste su deseo por mí tiene menos valor que cuando me dice que admira mi mente o mi compañía. Devolvamos al sexo a su lugar de origen. 








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