LA EDUCACIÓN DE UN PAÍS NO ES SINO EL REFLEJO DE LA SOCIEDAD QUE LO HABITA
(Tercera parte)
El artículo, como vemos se centra en las dotaciones materiales e infraestructuras, esta vez. Señalo, ojo, que se trata de un centro educativo público -como el 95% de los existentes en Finlandia- y por tanto se encuentra íntegramente financiado por el Estado. Sin entrar hoy en aspectos educativos, sino solamente en lo que aquí se refleja, hacer una comparativa con cualquier centro público medianamente sano en España me provoca el sarampión, un ataque de nervios y hace que hiperventile. No digo más. Habría para reír si no fuera tan triste...
Pienso en la disposición de nuestros alumnos en el aula, hasta 35, -más un 10% de oyentes, y por ley- en Secundaria; frente a los quince o diechiocho por clase en Finlandia. Los veo apelotonados mesa contra mesa y sentados durante casi seis horas. Claro, que si me imagino a los veinticinco, a los treinta o a los treinta y cinco, danzando por la clase al libre albedrío, eligiendo con quien se sientan y hablan, calculo que tardaré una media hora en salir hacia el aeropuerto, rumbo a una isla caribeña. Para los que no se dedican a esto y no están dentro de una aula, les diré que lo habitual es que a la mínima cesión, los alumnos se olviden absolutamente de que están dentro de una clase.
No relacionan la imagen distendida y relajada que se pretende con un comportamiento de actitud positiva al aprendizaje y de respeto a la autoridad docente que se les requiere. No tengo problemas de disciplina en el aula y mis clases son distendidas, pero sé a ciencia cierta que tanto esos como la distracción estarían servidos en bandeja de plata.
Pienso también en el acceso a los equipos informáticos que aquí, aunque ya cubren las necesidades, no siempre son tantos, ni tan actualizados. Que ni mucho menos hay para cada uno en cada aula y ni hablar de portátiles. Pero no es para extrañarse, cuando tampoco hay bancos de libros y recursos que cubran la totalidad de las necesidades del alumnado, ni lujos como papel higiénico en los servicios de los chicos, ni presupuesto para arreglar goteras.
Aún así, pienso en cómo sería la situación, si de pronto sucediese aquí como allí. Y me vienen a la mente las hojas de incidencias que tenemos en las aulas de informática a fin de recoger hora por hora las habituales trastadas a los equipamientos. Y pienso en cables cortados, ratones inutilizados o pegados con cola a la mesa, CPUs o torres con los cedés o puertos USB obstruidos,... y rompo a llorar.
Pienso en las zonas de recreo y en los espacios exteriores apaciblemente ocupados y automáticamente me vienen a la mente los portalones y bajotechos ocupados por chicos para resguardarse, o los pasillos interiores y el hall colapsados cada vez que llueve.
También las peleas, los empujones, los gritos, los restos de bocadillos y bolsas vacías tirados por el suelo, y los dos o tres profesores de guardia de patio que no dan a basto. No sé yo... Y de los comedores escolares, sí que sé, pero vamos a dejar para otra ocasión que no se sostengan, que se cierren, que no haya bastantes, o que nuestros niños ya no sepan comer.
Tampoco voy a pensar en materiales ecológicos, pero sí en materiales así sin más, de los que sirven para levantar edificios modestos y decentes. Pienso en esas cristaleras maravillosas y me vienen a la mente puertas rotas, naves de prácticas inundadas, cuartos de baño atascados y precintados, o sistemas de calefacción con un temporizador a media jornada. Aunque claro, pienso también en esos inodores atascados con kilos de papeles y plásticos día sí y día también, y en que esas puertas rotas se deben a los puñetazos y portazos de los alumnos para abrirlas en cada cambio de clase, y no sé porqué me imagino algún alumno atravesando el añorado cristal con la cabeza por un empujón sin importancia. Y pienso, igualmente, en lo cómodo que sería que un alumno con dificultades motoras se moviese libremente por un centro sin barreras, pero me invade la imagen de un ascensor en el edificio contiguo y no donde hace falta, o el traslado del alumno con una grúa cada cincuenta minutos, cada mañana. ¿Estarán estresados nuestros chicos por todo ello? Quizá haya que acudir al Ministerio de Educación a pedir sopitas.
ASUNTO DE ESTADO
Las campanas no están para lanzarse al vuelo por lo que respecta a la inversión del Gobierno en Educación. Menos aún en lo que respecta a infraestructuras. Ya sé que lo material no lo es todo. Ya he dicho muchas veces que donde hay un docente y alguien que escucha, ya hay una clase. Pero va a contrapié rodear la vida exterior de comodidades, de ayudas materiales y, de aplicaciones y herramientas tecnológicas, y encontrarse lo opuesto toda vez que traspasan la puerta de su centro educativo. El material no creo que sea imprescindible, ni mucho menos. Pero está ahí fuera y se emplea para otros usos que no siempre son mejores que los que puedan darse dentro de una escuela; lugar, por cierto, que a mi modo de ver, debería estar de los primeros en la lista de gastos. No me cabe la menor duda de que estas cuestiones van muy por detrás de la dotación de recursos de personal y de la transformación intrínseca del sistema educativo, tanto en el aspecto práctico, como respecto a la ley que lo articula. Los equipamientos materiales quedan relegados pues a tercer lugar. Y no critico ni exijo que nuestros presupuestos no puedan pero deban asumir ese gasto. Desconozco si se podría realmente, pero sí lanzo la voz de alarma a la vista del dispendio absurdo que se hace en otros sectores, que todos conocemos ya y que no son, tampoco, asunto hoy de este artículo.
Pero sustentar económicamente un centro público, equiparlo del personal suficiente, proporcionar una infraestructura sana y adecuada, dotar de materiales y herramientas útiles, abarcar el mayor flujo posible de alumnado y, para ello, asignar los presupuestos necesarios a tales efectos, todo ello es asunto de Estado. Elaborar una ley educativa coherente y flexible con las necesidades a cubrir y retos a alcanzar por niños y jóvenes es asunto de Estado. Transformar el acceso a la profesión docente, desde la universidad hasta la misma puerta del puesto de trabajo, es asunto de Estado. Ya lo he dicho y ya puedo volverme a la calle.
ASUNTO SOCIAL
No soy más papista que el Papa, y nada más salir del Ministerio, me paro en medio de la acera y observo el panorama, porque toca ahora pensar que allí adentro gestionan a los que están aquí afuera. Y es que no sé yo si pedir dentro, sin ver si será útil fuera es muy responsable por mi parte. Efectivamente, tenemos otra herida abierta, más grave y peligrosa aún que las anteriores y empeorada además por la (falta de) acción de estas. Una sociedad ineducada a la que le urge ser curada. Que si un niño grita enloquecido y pierde las formas en el aula es asunto social. Que si el desinterés por la educación, por la cultura y por el respeto al saber se encuentra a pie de calle, es asunto social. Que si lo que es gratis, -creen ellos porque nadie les ha explicado que se paga con los impuestos de cada casa-, no es de nadie y puede maltrarse, porque tampoco abundan, -niños, jóvenes o adultos-, quienes respeten la propiedad no privada, eso es asunto social. Que si el vocabulario y los gestos de los niños y jóvenes resulta violento o amenazante con más asiduidad y habitualidad de lo esperado y se ha normalizado esa conducta, eso es asunto social. Que si el destrozo de bienes comunes y el comportamiento un tanto asalvajado como hábito y cotidianidad son parte ya de los nuevos individuos, eso es asunto social.
Y los asuntos sociales son infinitamente los más severos, porque si la raíz se pudre, poco se puede hacer. Indiscutiblemente la falta de oxígeno de quienes dirigen la orquesta, no beneficia, y es triste ver que no se den cuenta. Es triste que los cargos estén en manos de incapaces de verlo. Pero es más triste aún comprobar que no interesa o que sale más rentable para el negocio de mando que la cosa continúe como hasta ahora. De imbéciles ya resulta que los ciudadanos alimentemos a la bestia.
Estoy de Finlandia hasta la peineta, es decir, hasta el mismísimo Helsinki. Así que fíjense ustedes lo arriba que es eso. Acabo de leer un artículo en la web titulado: La escuela del futuro abrió sus puertas en Finlandia. Lo he leído con puritísima envidia cochina y al tiempo con un gesto continuo de negación, moviendo la cabeza a derecha e izquierda y diciendo para mis adentros: "esto es inviable". Naturalmente mi afirmación procedía, no ya de una crítica a la sofisticada escuela, sino a que estamos bombardeados de material -en Español y para españoles- que ensalza las virtudes del sistema educativo finés. Me explico. Una cosa es que yo recorra el mundo y recoja las beldades de uno y otro lugar, y pretenda después enriquecerme con lo aprendido de otras culturas; y otra muy distinta es la de generar material a modo de tirón de orejas y pasarnos la responsabilidad de unos a otros, diciéndonos qué bien lo hacen allí y qué tontos somos por no copiar sus éxitos. Eso, por cierto España lo ha hecho siempre muy bien, dicho sea de paso. Vamos a ver, recuerdo al lector, para que no quepa ninguna duda, que hace ya tiempo que ofrecí mi opinión profesional y personal a cerca del tema, mi admiración a sus logros y mi reflexión sobre la viabilidad o inviabilidad de la importación del sistema educativo de Finlandia. Pero independientemente de todo ello, acceder a informaciones como las del artículo de la web me lleva a dos lugares. El primero, hacer una escrupulosa comparación entre los aspectos que en él se tratan y sus correspondientes en España. El segundo, consecuencia del anterior, poner en el punto de mira al Estado como otro más de los elementos de fallo de nuestro sistema educativo, junto a la opinión pública, a las familias y a la propia profesión docente, tal y como abordé en los dos artículos anteriores de esta serie.
¿Qué fácil resulta culpar al Estado verdad? Lo sé, pero recalco que depuro única y exclusivamente las responsabilidades que a él competen y hay cuestiones que bien sabemos que dependen directamente de su gestión legal y financiera. Y como la mejor forma para analizar esas cosas es acudir al ejemplo práctico, voy a ofrecer la citada comparativa a la que antes me referí.
¿Qué fácil resulta culpar al Estado verdad? Lo sé, pero recalco que depuro única y exclusivamente las responsabilidades que a él competen y hay cuestiones que bien sabemos que dependen directamente de su gestión legal y financiera. Y como la mejor forma para analizar esas cosas es acudir al ejemplo práctico, voy a ofrecer la citada comparativa a la que antes me referí.
Ha abierto sus puertas en la ciudad de Espoo la escuela Saunalahti. Con una infraesructura que a nadie haría pensar que se trata de una escuela, presenta un diseño innovador en una superficie de 10500 metros cuadrados destinados a todo tipo de instalaciones para los alumnos de los niveles de Preescolar, Primaria y Secundaria. La distribución de alumnos en las aulas también es innovadora, pues precisamente no existe el concepto tradicional de estas, sino que los alumnos pueden moverse de posición, elegir a sus compañeros y comunicarse con ellos libremente.
Para ello disponen de sillas giratorias y con alturas regulables, o bien de sillones equipados con pequeñas mesitas para el ordenador portátil, conectado, naturalmente, a la red común, al ordenador del docente y a la pizarra digital. Existe en el Centro asimismo, un espacio de comedor con un escenario para conciertos y festivales, un equipado patio de juegos con zona exterior y zona interior, un centro lúdico abierto para talleres y actividades de tarde en el barrio, un gimnasio y varios clubes.
Todo ello construido con materiales ecológicos, cuidando la sostenibilidad y sin una sola barrera arquitectónica, además de facilitar los accesos por edades. Y eso en cuanto al interior, porque los detalles exteriores de construcción tampoco tienen desperdicio. Corredores y ventanales espectaculares que fomentan la interactuación de los alumnos con el medio ambiente. El objetivo de un centro de estas características es reducir o anular el estrés de los alumnos, facilitar su rendimiento académico y contribuir a la implicación del entorno en la educación de los chicos. Si Camelot fuese un centro educativo, sería este.
Para ello disponen de sillas giratorias y con alturas regulables, o bien de sillones equipados con pequeñas mesitas para el ordenador portátil, conectado, naturalmente, a la red común, al ordenador del docente y a la pizarra digital. Existe en el Centro asimismo, un espacio de comedor con un escenario para conciertos y festivales, un equipado patio de juegos con zona exterior y zona interior, un centro lúdico abierto para talleres y actividades de tarde en el barrio, un gimnasio y varios clubes.
Todo ello construido con materiales ecológicos, cuidando la sostenibilidad y sin una sola barrera arquitectónica, además de facilitar los accesos por edades. Y eso en cuanto al interior, porque los detalles exteriores de construcción tampoco tienen desperdicio. Corredores y ventanales espectaculares que fomentan la interactuación de los alumnos con el medio ambiente. El objetivo de un centro de estas características es reducir o anular el estrés de los alumnos, facilitar su rendimiento académico y contribuir a la implicación del entorno en la educación de los chicos. Si Camelot fuese un centro educativo, sería este.
El artículo, como vemos se centra en las dotaciones materiales e infraestructuras, esta vez. Señalo, ojo, que se trata de un centro educativo público -como el 95% de los existentes en Finlandia- y por tanto se encuentra íntegramente financiado por el Estado. Sin entrar hoy en aspectos educativos, sino solamente en lo que aquí se refleja, hacer una comparativa con cualquier centro público medianamente sano en España me provoca el sarampión, un ataque de nervios y hace que hiperventile. No digo más. Habría para reír si no fuera tan triste...
Pienso en la disposición de nuestros alumnos en el aula, hasta 35, -más un 10% de oyentes, y por ley- en Secundaria; frente a los quince o diechiocho por clase en Finlandia. Los veo apelotonados mesa contra mesa y sentados durante casi seis horas. Claro, que si me imagino a los veinticinco, a los treinta o a los treinta y cinco, danzando por la clase al libre albedrío, eligiendo con quien se sientan y hablan, calculo que tardaré una media hora en salir hacia el aeropuerto, rumbo a una isla caribeña. Para los que no se dedican a esto y no están dentro de una aula, les diré que lo habitual es que a la mínima cesión, los alumnos se olviden absolutamente de que están dentro de una clase.
No relacionan la imagen distendida y relajada que se pretende con un comportamiento de actitud positiva al aprendizaje y de respeto a la autoridad docente que se les requiere. No tengo problemas de disciplina en el aula y mis clases son distendidas, pero sé a ciencia cierta que tanto esos como la distracción estarían servidos en bandeja de plata.
Pienso también en el acceso a los equipos informáticos que aquí, aunque ya cubren las necesidades, no siempre son tantos, ni tan actualizados. Que ni mucho menos hay para cada uno en cada aula y ni hablar de portátiles. Pero no es para extrañarse, cuando tampoco hay bancos de libros y recursos que cubran la totalidad de las necesidades del alumnado, ni lujos como papel higiénico en los servicios de los chicos, ni presupuesto para arreglar goteras.
Aún así, pienso en cómo sería la situación, si de pronto sucediese aquí como allí. Y me vienen a la mente las hojas de incidencias que tenemos en las aulas de informática a fin de recoger hora por hora las habituales trastadas a los equipamientos. Y pienso en cables cortados, ratones inutilizados o pegados con cola a la mesa, CPUs o torres con los cedés o puertos USB obstruidos,... y rompo a llorar.
Pienso en las zonas de recreo y en los espacios exteriores apaciblemente ocupados y automáticamente me vienen a la mente los portalones y bajotechos ocupados por chicos para resguardarse, o los pasillos interiores y el hall colapsados cada vez que llueve.
También las peleas, los empujones, los gritos, los restos de bocadillos y bolsas vacías tirados por el suelo, y los dos o tres profesores de guardia de patio que no dan a basto. No sé yo... Y de los comedores escolares, sí que sé, pero vamos a dejar para otra ocasión que no se sostengan, que se cierren, que no haya bastantes, o que nuestros niños ya no sepan comer.
Tampoco voy a pensar en materiales ecológicos, pero sí en materiales así sin más, de los que sirven para levantar edificios modestos y decentes. Pienso en esas cristaleras maravillosas y me vienen a la mente puertas rotas, naves de prácticas inundadas, cuartos de baño atascados y precintados, o sistemas de calefacción con un temporizador a media jornada. Aunque claro, pienso también en esos inodores atascados con kilos de papeles y plásticos día sí y día también, y en que esas puertas rotas se deben a los puñetazos y portazos de los alumnos para abrirlas en cada cambio de clase, y no sé porqué me imagino algún alumno atravesando el añorado cristal con la cabeza por un empujón sin importancia. Y pienso, igualmente, en lo cómodo que sería que un alumno con dificultades motoras se moviese libremente por un centro sin barreras, pero me invade la imagen de un ascensor en el edificio contiguo y no donde hace falta, o el traslado del alumno con una grúa cada cincuenta minutos, cada mañana. ¿Estarán estresados nuestros chicos por todo ello? Quizá haya que acudir al Ministerio de Educación a pedir sopitas.
ASUNTO DE ESTADO
Las campanas no están para lanzarse al vuelo por lo que respecta a la inversión del Gobierno en Educación. Menos aún en lo que respecta a infraestructuras. Ya sé que lo material no lo es todo. Ya he dicho muchas veces que donde hay un docente y alguien que escucha, ya hay una clase. Pero va a contrapié rodear la vida exterior de comodidades, de ayudas materiales y, de aplicaciones y herramientas tecnológicas, y encontrarse lo opuesto toda vez que traspasan la puerta de su centro educativo. El material no creo que sea imprescindible, ni mucho menos. Pero está ahí fuera y se emplea para otros usos que no siempre son mejores que los que puedan darse dentro de una escuela; lugar, por cierto, que a mi modo de ver, debería estar de los primeros en la lista de gastos. No me cabe la menor duda de que estas cuestiones van muy por detrás de la dotación de recursos de personal y de la transformación intrínseca del sistema educativo, tanto en el aspecto práctico, como respecto a la ley que lo articula. Los equipamientos materiales quedan relegados pues a tercer lugar. Y no critico ni exijo que nuestros presupuestos no puedan pero deban asumir ese gasto. Desconozco si se podría realmente, pero sí lanzo la voz de alarma a la vista del dispendio absurdo que se hace en otros sectores, que todos conocemos ya y que no son, tampoco, asunto hoy de este artículo.
Pero sustentar económicamente un centro público, equiparlo del personal suficiente, proporcionar una infraestructura sana y adecuada, dotar de materiales y herramientas útiles, abarcar el mayor flujo posible de alumnado y, para ello, asignar los presupuestos necesarios a tales efectos, todo ello es asunto de Estado. Elaborar una ley educativa coherente y flexible con las necesidades a cubrir y retos a alcanzar por niños y jóvenes es asunto de Estado. Transformar el acceso a la profesión docente, desde la universidad hasta la misma puerta del puesto de trabajo, es asunto de Estado. Ya lo he dicho y ya puedo volverme a la calle.
ASUNTO SOCIAL
No soy más papista que el Papa, y nada más salir del Ministerio, me paro en medio de la acera y observo el panorama, porque toca ahora pensar que allí adentro gestionan a los que están aquí afuera. Y es que no sé yo si pedir dentro, sin ver si será útil fuera es muy responsable por mi parte. Efectivamente, tenemos otra herida abierta, más grave y peligrosa aún que las anteriores y empeorada además por la (falta de) acción de estas. Una sociedad ineducada a la que le urge ser curada. Que si un niño grita enloquecido y pierde las formas en el aula es asunto social. Que si el desinterés por la educación, por la cultura y por el respeto al saber se encuentra a pie de calle, es asunto social. Que si lo que es gratis, -creen ellos porque nadie les ha explicado que se paga con los impuestos de cada casa-, no es de nadie y puede maltrarse, porque tampoco abundan, -niños, jóvenes o adultos-, quienes respeten la propiedad no privada, eso es asunto social. Que si el vocabulario y los gestos de los niños y jóvenes resulta violento o amenazante con más asiduidad y habitualidad de lo esperado y se ha normalizado esa conducta, eso es asunto social. Que si el destrozo de bienes comunes y el comportamiento un tanto asalvajado como hábito y cotidianidad son parte ya de los nuevos individuos, eso es asunto social.
Y los asuntos sociales son infinitamente los más severos, porque si la raíz se pudre, poco se puede hacer. Indiscutiblemente la falta de oxígeno de quienes dirigen la orquesta, no beneficia, y es triste ver que no se den cuenta. Es triste que los cargos estén en manos de incapaces de verlo. Pero es más triste aún comprobar que no interesa o que sale más rentable para el negocio de mando que la cosa continúe como hasta ahora. De imbéciles ya resulta que los ciudadanos alimentemos a la bestia.
(Continuará)
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