PEQUEÑOS ESBOZOS (V) - Fragilidad

By María García Baranda - noviembre 15, 2016

     Y es que no existe nada más frágil ni más vulnerable que los propios sentimientos. Niños inocentes y desvalidos expuestos a todo tipo de influjos dispuestos a atacar. Maleables y volubles, multiplicables o mermables, según el caso. Según su magnitud, según su intensidad. Según la vida, según viejas heridas, según el miedo,... Nada más fŕagil, no. Salvo, tal vez la memoria. La memoria se escapa entre los dedos, se evapora, se esconde. Por tanto, unos y otra sensibles igualmente, pero no de igual manera. Y es que no digo que los sentimientos lleguen a olvidarse. Mutan, buscan su verdadero lugar y se hacen justicia a sí mismos. Lo que ha de perdurar perdura. No, ellos no son frágiles por eso, no en cuanto al olvido. No son los sentimientos los que me preocupan, porque sé bien quién marca su indeleble huella en mí. Los que me inquietan son los actos, los acontecimientos y las experiencias de vida, los gestos fácilmente difuminados con el paso del tiempo. Y es que, aunque asumo que la vida viaja tan aprisa que nos impide guardar en la memoria cada vivencia intacta, temo siempre que con ella desaparezca su impronta, aquello que dicho gesto nos hizo sentir. Y enloquezcamos. Y perdamos el Norte y el sentido de todo. 

    Y por eso es que escribo. Por eso escribo tanto sobre los sentimientos, sobre las emociones inyectadas en vena, sobre el amor profundo. Sobre mi amor. No porque no conozca cuánto pesa y cuánto mide aquello que realmente no se puede calcular, sino porque fijar los acontecimientos por escrito me permite recobrar la perspectiva cuando la pierdo. Y la pierdo, sí, claro que la pierdo. Fruto del efecto de mis propios defectos. 

     Qué importante es saber tomar distancia visual de un hecho para no sacarlo de quicio, para saber entender, para no especular injustamente, y para no equivocarse. Qué importante es darle la medida exacta de trascendencia para no ahogarnos en el camino y desvirtuar lo sentido. Por nosotros, por el resto. Qué importante es comprender al otro por dentro, no con la cabeza ni con los balazos antiguos, sino únicamente con el corazón. Y qué importante es no olvidar nunca cada gesto sincero, cada muestra de amor que el otro dio por nosotros, cada esfuerzo y cada hazaña que para esa persona pudo suponer un mundo. Qué importante es. Para que nuestra inseguridad no los devore. Para no dañar. Para no perderse.


EPÍLOGO

¿Es mi injusticia lo que más me pesa en esta vida? Rotundamente sí. 
Y, ¡cómo!





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