LA RUPTURA DE PAREJA: VISIÓN FEMENINA VS VISIÓN MASCULINA

By María García Baranda - noviembre 08, 2016

    Estos pensamientos proceden de una idea antigua, de un tópico, de una comprobación práctica y de una conversación reciente. ¿Cómo superamos los golpes sentimentales mujeres y hombres? Generalizando -sí, sí, ya sé-, de manera absolutamente distinta. Con el pasar del tiempo y observando el exterior han llegado a mí un hermoso puñado de ejemplos de hombres y de mujeres que se enfrentaban a la soledad tras haber estado casados. Bien por separación, bien por divorcio o bien por muerte del conyuge, asistíamos al proceso de duelo vivido y a la consiguiente vuelta a la vida. Y aquí es donde, como ya he dicho generalizando -porque lo que enfoco hoy es una perspectiva de sexo-, observo distintas dificultades y evoluciones en unas y otros.

REACCIONES ANTE LAS PÉRDIDAS Y RUPTURAS

    Comencemos por lo social y tópicamente repetido. Sabemos que en número de población hay más mujeres que hombres. Sabemos que históricamente y dados los papeles tradicionales de uno y otro sexo, el hombre estaba más expuesto al riesgo a perder la vida que la mujer. Sabemos también que la esperanza de vida de una mujer es más alta que la de un hombre. Por lo tanto, es patente que existe un mayor número de mujeres viudas que de hombres que pierden a su esposa. Histórica, social, tradicional, antropológica y etnológicamente la mujer ha estado más preparada para enfrentar un golpe de ese tipo. Todos conocemos casos de hombres y de mujeres que se han enfrentado a la viudez y hemos sido espectadores de su vida posterior. Algunos han vuelto a emparejarse, otros no han querido o podido compartir su vida con otra pareja. De todos esos casos, hemos observado que el golpe inicial parecía mucho más agudo en los hombres. Más allá del dolor y del desconsuelo observado igualmente en las mujeres, e incluso más allá de esa figura desvalida que se ha mostrado siempre de ellas, el hombre viudo proyecta además un vacío existencial y una figura de gélida soledad que provoca escalofríos. Eso que hemos oído siempre como la falta del pilar del hogar. Por su parte, la mujer transmite una imagen de sufridora silenciosa con derecho a quejarse a medias y el imperativo de tirar para adelante a cualquier precio. Y por lo que se refiere a sus vidas posteriores, asistimos también a un mayor número de casos de hombres que de mujeres que vuelven a casarse o a emparejarse. Estas visiones que ofrezco son hoy día herencia de los mencionados roles de sexo y de las formas de vida de antaño. Existen variadas causas sociales comprobadas, pero ¿hoy día sigue sucediendo así? Veremos. 



    Por otro lado se encuentran los casos en los que, afortunadamente, no asistimos a ningún fallecimiento, sino a la separación o divorcio de la pareja. Cuando esto sucede nos encontramos esencialmente con tres casos obvios: ruptura de mutuo acuerdo, donde ambos sufren aproximadamente al mismo nivel -sea cual sea-; ruptura donde la parte de mayor sufrimiento -y digo mayor, jamás único-, se la lleva la mujer; y ruptura en la que es el hombre el que sufre el mayor golpe. Salvo en el primero de los casos, en los otros dos las maneras de afrontarlo, conducirse y rehacerse son asimismo distintas, como ocurría en el caso de la viudez. Toda vez que una mujer ha de enfrentarse a una separación no deseada y tras haber pasado su fase de duelo, comienzaun proceso de regeneración, más o menoslento, con mayor o menor fruto,que suele centrarse en ella misma, en la recuperación de su figura de mujer y en la construcción de unos nuevos retos personales muy al margen de su rol de esposa y/o madre. Por lo que se refiere a los hombres, en apariencia -de nuevo- , llevan una recuperación emocional mucho más costosa y larga. La labor de reconstrucción del hombre no solo se centrará en sus características más íntimas y emocionales, sino fundamentalmente en nuevo papel a ocupar en el entorno, en la organización familiar, entre sus amistades, etcétera. El momento de rehacer sus vidas con una pareja es igualmente distinto. Mientras que una mujer se lanza a experimentar una nueva relación de pareja con una mayor facilidad, el hombre es más reacio a comprometerse. No ya tal vez a conocer a otras mujeres en relaciones menos profundas, lo que tal vez inicien antes que ellas, pero sí a la hora de entregarse a una relación estable.


CAUSAS DE LAS DIFERENCIAS HOMBRE / MUJER

   Independientemente de los dos casos de pérdida de la pareja, bien por muerte o bien por divorcio, los motivos que llevan a uno u otro sexo a interiorizarlo y superarlo de formas y con ritmos distintos resultan perfectamente comprensibles y de necesaria aceptación para enfocar la experiencia. Dentro de las causas a considerar podemos ver esencialmente dos tipologías: causas sociales y causas biológicas. Las primeras pueden ser modificables, de modo que se facilite el tránsito y se minimice el dolor. Las segundas son inherentes a ambos sexos y solo nos queda aprender de ellas y positivizarlas.

   Por lo que se refiere a las causas sociales, ya lo dejé entrever anteriormente, pero el rol social asignado a ambos sexos resulta una carga demasiado pesada a la hora de superar un golpe emocional de estas características. Como digo, socialmente la mujer ha sido preparada para ser elegida como esposa y futura madre de los hijos de su marido. Socialmente ha sido preparada para estar expuesta a ser aceptadas o rechazadas. Socialmente ha estado mentalizada para ser abandonada y sustituida. Recordemos que hasta la ley amparaba hasta hace nada, como quien dice, estos supuestos. Por tanto, resulta dificilísimo aún hoy día despegarse del todo de esa mentalización que de no saber ya que resulta imposible, podría llegar a pensar que se transmite en el ADN. Aún se respira ese aire. Aún existen leyes y/o jueces que las aplican y que en caso de divorcio dejan caer el velo del amparo sobre la mujer. Aún hay mujeres -vergonzosa imagen en mi opinión-, subsidiarias o reivindicadoras de ello, que apelan a ser beneficiadas de ese amparo. A la vista de todo esto, y de otros ejemplos que vienen  la mente, el tránsito del papel de esposa al de nuevamente soltera, se realiza desde una perspectiva muchísimo más interna. En efecto, se trata de un camino hacia su interior en el que la mujer ha de explorar aquellos aspectos personales alejados de su papel de mujer o madre. En algunos casos no llegó a desarrollarlos y en otros los vio engullidos por aquellos. Así, una vez que el dolor inicial se va, la labor de reencontarse y de recuperarse puede resultar enriquecedora. Se basa en un viaje de menos a más. Se nos ha preparado para ello, del mismo modo que para ser un tanto eclipsadas por esos otros roles. Y es por ese motivo  que emparejarse después de manera estable no corre tanta prisa. No se trata de un grito de libertad, ni de una negación a lo masculino. Tampoco de que el amor pasado no esté superado y por eso no se pasa la barrera. Se trata de que la mujer tiene una bonita, difícil, pero bella y rica labor por delante: ella misma. Y tengamos en cuenta que si da el paso de enamorarse de alguien y compartirse en la forma que sea es porque se encuentra realmente convencida y en paz con ella misma. 



    El hombre, por su parte, tiene muy pegado a la piel el papel de protector, de director de orquesta, de jefe de la tribu. Desde que nació se le asigna un rol para el que, una vez que entra a desempeñarlo, ha de ser infalible. No hay posibilidad de tropiezo. Su lugar depende directamente de la imagen que proyecte en el entorno y su valía o carencia de ella dependerán de dicha imagen proyectada. Así, enfrentarse a una pérdida de la pareja conlleva una profunda desubicación de su persona. No es ya la pérdida del amor, sino que además ha desaparecido el negocio del que era gerente y propietario. ¿Qué es lo que va a regentar ahora? Si mira a su interior se encuentra con la ausencia. Una vez superada la falta y calmado el dolor, es  el resto de su restablecimiento lo que le resultará la tarea más difícil de desempeñar: saber qué lugar ocupa en el organigrama y quién es cara al exterior. Las tradiciones sociales también han dejado su impronta en el hombre. Ese sentir es igualmente un resto de sociedades con sabor a antiguo, y hoy por hoy también se respitan esos aires. La presión, invisible a veces y de la que muchos no son  conscientes como tal, es abrumadora. Generan una necesidad aguda de cubrir ese vacío y lo desarrollan en un estado de soledad muy acusado. Por no hablar de la idea de fracaso incrementada por el transparente sentido de competitividad inoculado en ellos. En variadas ocasiones vemos a hombres que rehacen su vida enseguida, incluso a los pocos meses, como respuesta al llenado de ese vacío. Pero pasado un tiempo, se enfrentan al fin al momento de compartirse en pareja o no. No lo tienen fácil. El organigrama y la estructura familiar estaba muy definida, con unos personajes, papeles y decorados determinados. Entrar en una nueva vida en pareja supone desprenderse del diseño y proyecto anteriores y construir uno absolutamente nuevo en el que todo resulta distinto y extraño. No podemos olvidar tampoco el momento de mostrarse al entorno. Aún pueden quedar restos del fallo social que creyeron haber cometido con su separación y el paso de formalizar ese nuevo proyecto en público añade presión. No ya porque importe más o menos la opinión ajena, sino porque internamente es un reconocimiento con uno mismo de que lo anterior está definitivamente caducado y que la entrega a lo nuevo ya no tiene marcha atrás.

     Lo social se complementa o surge, más bien, a raíz de las peculiaridades biológicas. En primer lugar se encuentran los instintos primarios procedentes directamente de nuestro componente natural animal. El macho alfa y la hembra beta. Sin manada y sin hembra a la que cubrir no hay razón para ser un alfa. Y en cuanto a la hembra, subsistirá e incluso cuidará de sus crías, al menos hasta que se cruce con otro macho que la ronde. Biología animal pura. Nos queda otra faceta, biológica también, pero eminentemente psíquica: las diferencias de estructuras cerebrales entre hombres y mujeres. Los cerebros de unos y otros cuentan con sabidas diferencias entre sus dos hemisferios y, por tanto, entre el desarrollo de las partes racional y emocional; siendo la primera más preponderante en el sexo masculino y la segunda en el femenino. Así, biológicamente la mujer cuenta con una ventaja innata a la hora de manejar y expresar las emociones y al contrario, esa manera de procesar los sentimientos desde una perspectiva más racional puede suponer un obstáculo para el hombre. A todo esto deberíamos sumarle el estereotipo social que arrastra dicha realidad, y es que a una mujer se le "permite" manejar y exteriorizar abiertamente sus emociones, mientras que un hombre tiende a llevarlo en absoluta soledad por razones obvias. Otro anclaje más.

CONCLUYENDO

   Cada vez que formulemos expresiones que se dirijan a recoger cómo superan las rupturas y rehacen sus vidas hombres y mujeres, pensemos que nada es tan sencillo y todo tiene un trasfondo muchísimo más complejo. Frases del tipo de "ellas no miran atrás", "ellos enseguida se buscan a otra", o cualquier otra lindeza de este pelo tan poco profundo hacen flaco favor al desarrollo de nuestras capacidades a la hora de enfrentarnos a algo cada vez más común y de suma importancia. No existenada más delicado y de escrupuloso tratamiento que el mundo de las emociones. Así que, prudencia. Y cabeza. Y,...
   ... A vosotras, si os encontráis en esta situación, vigilad ese mundo interior y sacarlo afuera cuanto antes, tanto si queréis compartiros como si no. A vosotros, si estáis en ese trance, recordad que seguís siendo los mismos, sino más grandes aún, más allá de aquel papel que desempeñabais y a pesar de lo que se fue; cuanto antes os deis cuenta, antes podréis disfrutar de lo que está por llegar, decorado nuevo incluido.





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