EL COLOR DE NUESTRA SOMBRA

By María García Baranda - agosto 23, 2017


   
       El polo positivo y el polo negativo. ¿Quién no lo tiene? ¿Tú serías capaz de decir sin dudar: “sí, yo soy buena persona”? Todos dudamos, aunque sea unos segundos. Aunque sepamos que sí, que lo somos. Porque nos vienen a la cabeza situaciones de las que nos sentimos culpables. Somos monedas con dos caras, indisolubles y complementarias. Y  es que, pensemos: ¡no existe ser en el mundo que logre ser bueno o malo en la totalidad de su existencia! Eso es imposible.  Todos desarrollamos todo tipo de comportamientos en función de lo que nos va tocando atravesar y de cómo sabemos apañárnoslas. Y es precisamente un tipo de actuación la que delimita la frontera de la otra. El límite del bien y del mal, del nuestro al menos. Y a propósito, he leído por ahí una leyenda que me ha parecido apasionante. Ya veréis lo bonita que es. Dice que nuestra sombra, esa figura alargada y parduzca que siempre nos acompaña, concentra todos nuestros pensamientos más grises. De ahí su color. Así, todo aquello que descartamos o no nos atrevemos a vivir, sentimientos y pensamientos, pudores, deseos y rabias, se acumulan en el subconsciente y este se instala cómodamente en nuestra sombra. Es por tanto nuestro lado oscuro, la verdad de lo que nos atemoriza y escondemos, y lo que realmente deseamos, independientemente de lo que los demás esperen de nosotros. Por eso es más larga que nosotros, de tanto acumular y acumular lo que no nos atrevemos a vivir, o no queremos que se vea. Pero lo cierto es que, tal vez, deberíamos salir a pasear y reconciliarnos con ella, con nuestra sombra. Ella no es tan mala, es parte de nosotros mismos, y es tan natural como la parte iluminada. 


Pero, ¿por qué nos atemoriza y la dejamos a oscuras? Nos avergonzamos de ella. Es cierto que muchas veces nos impulsa a llevar a cabo determinadas acciones de las que renegamos, pero sinceramente creo que son absolutamente necesarias. Portarnos “mal” es necesario para requilibrarnos y compensar un buen hacer que a veces se nos hace insoportable, sobre todo porque la marca de lo bien hecho y de lo que no lo está ha sido establecida por no se sabe qué ni quién. Del mismo modo nos adentramos muchas veces en vivencias, situaciones, relaciones que nos dan la vuelta de un modo aparentemente catastrófico. Nos repetimos constantemente: ¿por qué me empeño en eso?  Luchamos, padecemos, pataleamos, lloramos,… porque las cosas no nos acaban de salir bien. Pero lo que se nos olvida es que todo, absolutamente todo, tiene su misión en nosotros. Y del mismo modo las personas con las que nos compartimos. Y la razón no es otra que el que cada uno de los escollos a superar con ellos, cada conflicto, cada problema, está contribuyendo a que avancemos. Han llegado para cumplir su cometido y lo cumplen. Vaya que si lo cumplen. No es nuestro lado malo el que no nos deja ver que vamos mal por ahí. Lo primero porque no vamos mal, vamos por donde hay que ir siéndonos leales. Y lo segundo porque nuestro yo interno allí alojado ha comprendido perfectamente que eso hay que vivirlo hasta la última consecuencia. Al menos si queremos seguir creciendo. 








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