ANIQUILANDO MI MIEDO

By María García Baranda - agosto 01, 2017




      He decidido no tener miedo. Aniquilarlo. Ya sé que el miedo es una emoción y sobre esas no se decide. Tampoco se piensa. Se sienten. Pero aún así yo lo he decidido. También sé que el pretender no tenerlo no me garantiza en absoluto el éxito de apartarlo del todo, pero al menos me coloca en una posición inteligente para ser su contrincante. Y es que por más que yo me empeñe, determinadas cosas pasarán en mi vida sí o sí. E igualmente podré trazarme un camino que tomará todas las bifurcaciones del mundo al mismo tiempo que voy recorriéndolo, y se desarrollará este por tramos que ni yo misma sabía que existían. El camino se rehace porque yo misma me rehago. O viceversa, no lo sé muy bien. Así que es absurdo tenerle miedo a enfrentarme a ciertas cosas, porque estas tienen la suficiente fuerza y vida propia como para decidir por sí mismas. Lo que haya de pasar conmigo ocurrirá igualmente, principalmente porque ni mucho menos todo depende de mis acciones. Ojalá. O, ¡un momento!... tal vez no, tal vez sea mejor así y que todo lo que hacemos tenga un poco de efecto dominó, donde tal acción de aquel o tal palabra de este provocaron que yo fuese por ese lado y le dijese esto otro. Y vuelta a empezar. Lo que pretendo decir con esto es que sin duda alguna soy dueña de mis actos, de mis palabras, de mis pensamientos y de mis sentimientos. Dueña absoluta y soberana. Pero estos actos los moldeo también en función de la influencia que sobre ellos tienen las circunstancias. Soy firme en lo que pretendo, pero flexible con lo que la vida me trae y con las personas que conforman mi mundo. Y por tal flexibilidad, o conciencia tal vez de que el resto está ahí afuera, es por lo que decido no tener miedo, en un intento de poner cordura al sentimiento y sentimiento a la cordura.
       A lo único que habría de temer y temo es a la desgracia y a la muerte de mis amores. Y fuera de eso, desde luego, a matar mi felicidad por quedarme sentada en un sillón y no ser consecuente. Eso no. Eso es para mí enemigo máximo a combatir. Siempre trae consigo las decisiones y elecciones equivocadas, para venir después, además, con el fabuloso adorno de los remordimientos y las malas sensaciones. A eso sí le temo. A lo demás,… pues trato de minimizarlo, sinceramente. No voy a mentir: sí me ronda, sí está por ahí, sí me pone un nudo en la garganta y sí me tumba muchas veces con lo que realmente me importa, pero también sé que me hace tremendamente infeliz y cómo deberían ser las cosas. Así que cuando está a punto de anularme, traicionar lo que siento y decidir mi vida por mí, construyo  una fortaleza a mi alrededor que se oponga a su entrada. Y si aún así me golpea, me refugio en quien quiero y acudo a sus brazos. Tal vez no consigo que se evapore, ya lo sé, pero sí me ayuda a conocer el camino y a recordar que lo que haya de pasar sucederá igualmente si está de ser así, con mi consiguiente combinación de lucha por lo que quiero y de aceptación de la vida. En su medida justa. 
        Yo también lucho cada día, pero no tengo miedo a luchar contra el miedo. O me aniquila él o lo aniquilo yo. No hay más. 






  • Compartir:

Tal vez te guste...

0 comentarios