Si la vida fuese una película, yo elegiría ser la protagonista de una obra clásica en blanco y negro. De elegancia impoluta y sex appeal -o sexapil- en cada pequeño gesto. No querría ser una femme fatale de ideas retorcidas, eso no. Almas atormentadas y resentidas, casi siempre por la acción de algún hombre que la cosificó, para dejarla luego tirada en la cuneta. O inconformistas con aires de grandeza y ambición imparable, capaces de maquinar el crimen perfecto que las lleve a vivir en brazos del lujo. Nunca me gustó la gente que sueña con que la vida acabe convirtiéndole en alguien con riqueza y fortuna. No, no me gusta la gente que sueña con dinero o bienes materiales, me cansa y aburre. Además de otras cosas. Así que no querría protagonizar a una devoradora de hombres. Prefiero seducir de forma irremediable. Inevitable. Y a poder ser no darme cuenta de ello. Que no me lo cuenten. No necesito saberlo, aunque lo intuya. Basta con eso. Me quedo con los papeles de esas féminas que llenaban la pantalla con fuerza imparable. Bette Davis, Elizabeth Taylor, Ava Gardner,… Quizás porque en ellas había algo de revolucionarias para los tiempos que les había tocado vivir. Sin sometimientos abnegados al patriarcado que todo lo impregnaba. Hermosas y coquetas a un tiempo, pero sabedoras de que su belleza emanaba principalmente de su fuerza interior y de ese ingrediente particular que las hacía únicas. Yo puse los ojos en ese tipo de mujeres desde muy niña y en el detalle de que una personalidad arrolladora convierte la simple atracción en seducción verdaderamente cautivadora. Inteligencia y belleza caminando de la mano, rodeadas siempre de emociones en estado puro. Mujer de rompe y rasga. De la dulzura al huracán en décimas de segundo, pero de alma limpia.
Si la vida fuese una película, si mi vida lo fuese, metería mano en el guión a cada paso. Mi parte favorita sería el comienzo, esos primeros veinte minutos en los que entras en la historia y vas conociendo a cada uno de los personajes. Los finales me gustan menos. Me ponen nostálgica, aunque sean felices y todo acabe bien. Precisamente porque todo acaba y a mí suelen quedarme ganas de más, por esa parte insaciable que tiene una. Rescribiría escenas, repetiría tomas y mediría muy bien la presencia de los distintos personajes en la historia. Su importancia en la historia, su obligatoria evolución, su poder en el argumento. Eliminaría los personajes planos y previsibles, los arquetipos, aquellos de los que ya sabes cómo van a moverse en la próxima escena. Solo tipos con vida, con sangre, con pasión. De esos de emociones en estado puro que, irremediablemente, caen cautivados por la protagonista y ese ingrediente suyo particular que las hace únicas. Y viceversa.
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