ESTA BENDITA NOCHE

By María García Baranda - agosto 16, 2017




(En la que al fin mandas eso a tomar por el culo)

      ¿Sabéis de esos días en los que, de pronto y casi sin previo aviso, tan solo con un clic, sientes que después de mucho tiempo vuelves a ser tú? Esos días en los que, después de un largo, tedioso y agotador peregrinaje, te miras al espejo y ves tu reflejo de nuevo? Pues para mí hoy es uno de esos días. He vuelto atrás en el tiempo, he rejuvenecido y me he quitado toneladas de peso de encima. Hoy puedo decir bien alto que he recuperado la vista, el sentido común y la conciencia de quien soy. No podría decir que yo haya hecho nada en concreto, nada específicamente, pero en ocasiones las cosas caen por sí mismas y de pura lógica. Y así ha sido para mí esta vez. De pronto un problema se soluciona, te dan una buena noticia, te surge una oportunidad o consigues liberarte de una personalidad tóxica. Este último caso es, precisamente, el que me ha sucedido a mí. Un “c’est fini” interno, “se acabó”, “hasta los huevos” o “que te aguante tu madre” de esos que han hecho eco. Pero el caso es que tras mucha piedra en el camino he dicho basta. Y no pensé que me encontraría así de bien, pero es realmente maravilloso. 

     Salir del influjo de una personalidad tóxica no es cosa sencilla. La razón de esa dificultad suele encontrarse en la combinación de dos personalidades que alimentan el asunto. Como se crucen, ¡boom! Caldo de cultivo para que el virus campe a sus anchas. La cosa es la siguiente. Esa persona de alta toxicidad suele encontrarse carente de casi todo. Del verdadero sentido de la vida, de amor, de afecto, de visión empática, de algún que otro pilar esencial para sostenerse en el día a día. Para completar el pack suele contar con algunos rasgos en absoluto positivos: egoísmo, egolatría, superficialidad, obcecación, narcisismo… La mezcla es explosiva realmente y a poco que pensemos forman un conglomerado que radica siempre en lo mismo: son seres acomplejados e inseguros. Lo de trabajarse por dentro lo han hecho más bien poco y se han volcado más en tocarle los huevos a los demás que en ver que ellos hacen aguas por todas partes. Sin salirme de términos generales -porque para lo específico, que se paguen a un profesional, las benditas criaturitas-, este tipo de seres se arriman, como que no quiere la cosa, a seres mucho más brillantes que ellos. ¡Nos ha jodido! Les atraen como el metal a las urracas. Tontos no son, desde luego.  Y acuden a ellos porque poseen un alimento que les resulta delicioso. Buscan una mezcla de inteligencia, agudeza, belleza, ingenio, corazón,… y cuando al fin lo encuentran, se vuelven dependientes de ese ser. Lo respiran, lo piensan, lo necesitan, lo devoran… Se alimentan de él. Son su rémora, como ellos mismos reconocen en ocasiones. Y todo por el simple hecho de que tienen todo aquello de lo que ellos carecen y, por añadidura, ofrecido a manos llenas. ¿Podrían sentirse afortunados, verdad? Pues no. Son así de espabilados ellos. El peligro de estos individuos llega en el momento en el que sus propios complejos comienzan a devorarlos por dentro, y lo que era admiración se convierte en el blanco de sus disparos. Tienen frente a sí lo que quisieran para ellos y tendrían la oportunidad de absorberlo y de ir aprehendiendo esas bondades, pero llegado el momento es tal su mezquindad que deciden destruirlo. Todo a su alrededor es confuso, insuficiente, ¡ayyy! Y al otro lado alguien de buena voluntad que trata  de ver lo que permanece intacto al otro lado y que se regala con todo el corazón que posee. Error. Se lo va a comer. Porque ya lo dije: es una rémora. Un ser infectado. Y sin una pizca de verdadera inteligencia emocional, para que nos vamos a engañar. 

      Y volviendo al principio de mi historia, hoy puedo decir bien alto que me he quitado de encima una losa en forma de ser tóxico. Precisamente esta semana se cumplirían dos años que nos conocimos, pero la casualidad y, por qué no decirlo, su patanería ha hecho que todo llegue justo hasta aquí. Su caso corresponde a lo arriba descrito y durante dos largos años me ha ido quitando sangre de las venas para bebérsela él. Es cierto que en estos dos años yo le he querido mucho y más que mucho ha sido lo que le he dado. Él lo sabe. Y yo también lo sé. Francamente me debe mucho de lo avanzado hasta ahora, aunque le queden años luz por recorrer. Las cajas de Pandora -unas cien o doscientas, que acompañaban su día a día se las he ido abriendo yo una por una. Y eso es algo que también sabemos ambos. No es tiempo de modestia. Precisamente este blog se ha plagado de textos que reflejaban nuestra historia, mis sentimientos y mis días. Desde aquí le he brindado ayuda, declaraciones de amor intenso y cien por cien verdadero, noches en vela tratando de buscar el modo de ayudarle y ayudarnos, llamadas de atención y tirones de orejas. Textos a los que él acudía, y acude aún como las moscas a la miel, algunos de los cuales eran fácilmente identificables por ir dedicados: Para A. Él sabe bien que un tipo de amor así ni antes, ni después. Ni siquiera por algunas personas que han estado en su vida y que, curiosas -por mí, y no tanto por él, siento decirle- me han leído y leen de forma compulsiva. ¡Desde aquí un saludo! Sé de sobra que nadie nunca antes se acercó ni de lejos a ello. Y tampoco a mí, a mi rol de mujer. Me consta. Pero tampoco lo ha aprovechado demasiado bien, aunque servido sí que se ha ido. Lamentablemente, no puedo decir lo mismo de lo que yo he recibido, salvo quebraderos de cabeza de todo tamaño y condición. Pero es su personalidad. Es un ser internamente conflictivo y agotador en sus historias de todos los días. No avanza lo que debería porque no le da a gana de avanzar. Eso le restaría protagonismo y excusas que darse a sí mismo -y al resto, ya que estamos- para hacer las cosas como corresponde. Así que ha de nutrirse de otro lado alternativo y ante su hambre, muerde, y en ocasiones sus escrúpulos brillan por su ausencia. Tóxico, ya lo dije. De esos que creen, por si fuera poco, que van dejando cadáveres -que no son tanto-, por el camino. Y que llegan incluso a sentir un placer morboso de pensar que alguien morirá por ellos. (Sonrío al decir esto). De esos, sí. Pero en este caso, A, -y permitidme que ahora me dirija a él en segunda persona-, se te ha ido de las manos el asunto por completo. Has cometido un fallo de cálculo descomunal y es que subestimaste el devenir del asunto, y a la contrincante, cielín, de tanto mirarte a tu propio ombligo. Por tanto, ya siento contradecirte y sacarte del error. Te dije muy al principio de conocernos que yo era como el Ave Fénix y que podría caer de buenos sentimientos, hasta que, justo en el último instante, remontara el vuelo. Y así es. Así ha sido. Liberada del lastre e importándome más bien poco las razones de mis actos y de los tuyos -razones, por cierto, que he contemplado en su totalidad, no tengas la más mínima duda-, te digo que te has desgastado a mis ojos de puro cansancio. Y hasta aquí diré, entre otras cosas, porque ya hasta escribir de ello me agota. Son los efectos secundarios de las personas tóxicas. 

     Así que, ya sabéis. El antídoto lo tiene cada uno en su mano. Yo ya me tomé el mío, pero desde luego la otra parte ha hecho méritos para ello, hasta hacerme casi bajarme de la vida, como dice alguna rubia vecina de las redes. Yo esta noche, eso sí, dormiré al fin ligera. 







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