CUANDO LA VIDA TE ENSEÑA LO QUE VALE UN PEINE

By María García Baranda - diciembre 16, 2016

    He estado hablando mucho esta semana sobre el efecto que tienen los golpes de la vida en las personas. Cuando hablo de los golpes de la vida me refiero a las experiencias catalogadas como realmente trágicas. La muerte de un ser querido, especialmente aquellas que van contra natura -un hijo, un marido joven,..-; un accidente que te cambia la vida; una enfermedad grave y crónica; hambre, necesidad y guerra;... momentos que muchos vivimos -aunque no todos-, y que son un verdadero punto de inflexión en nuestra existencia. Juro que no hay nada más que provoque un efecto que lo iguale y del mismo modo aseguro que tras reponerse de una vivencia tal, no te inmunizas en absoluto, pero aprendes a gestionar tus emociones de manera distinta. A no lamentarte tanto, a querer luchar y coger el toro por los cuernos, a apreciar lo que sí conservas, a aferrarte a la vida y, sobre todo, a engancharse y a valorar sobre manera la presencia de las personas a las que quieres. Desde luego yo ya no separo entre seres débiles o fuertes, así sin matizar. No me centro exactamente en ello, sino que más bien lo asocio y redirijo hacia la consideración de alguien que ha padecido un varapalo tal, frente a quien no lo ha hecho y ha vivido una vida un tanto más suave. Naturalmente que habría que observar cada caso específico, su carácter, su tasa de inteligencia emocional y su nivel de egocentrismo, pero en términos generales, puedo darme cuenta de que aquellos que han lidiado mucho y muy descarnadamente gestionan los acontecimientos sin ahogarse en vasos de agua, con menor dramatismo y con mayor efectividad a la hora de buscar una solución. Ya sé, y muy bien por cierto, que hay personas tendentes a caer en la melancolía y en la depresión y que la misma química del cuerpo hace de las suyas, pero aun sin olvidarme de ese factor, considero que hay caracteres que por poco zurridos se convierten en una constante y eterno lamento con piernas. Suelen ser las personas más quejicosas, infelices, oscuras y atormentadas del mundo y no tendrían por qué más allá de las contrariedades asumibles por todos. Y por el contrario tengo ejemplos asimismo de personas que habiendo pasado las de Caín, tiran hacia adelante y no decaen por más motivos que hayan tenido para ello. ¿Por qué? Porque cuando se quitan la ropa están repletos de marcas que asustarían al más intrépido. Y lo saben. Y llaman a cada dolor por su nombre.
   Me quito el sombrero por esas personas. Tengo además la suerte de tener a tres de ellas entre los míos: mi abuela materna, mi madre y mi hermano. Sabios los tres. Tremendamente sabios. Seres que te hacen la vida muy fácil, que no se regodean en lo negro y que siguen apreciando lo bonito que hay a su alrededor. Pero no es ese siquiera su rasgo más preciado, sino el no haber permitido que se les endureciera el carácter, ni el haberse convertido en la antítesis de lo empático. Motivos habrían tenido y tremebundos algunos, pero continuan diciendo que "todo esta bien". Mi abuela, esa mujer que atraviesa necesidades y una guerra; que se traga el asesinato de un hermano, malos tratos, y penurias varias; que enfrenta siete partos, un matrimonio tóxico, la ausencia de sus hijos pequeños; que padece enfermedades graves, el fallecimiento de dos hijos y dos cánceres; que se desgarra en conflictos familiares de alto rango y que hoy, en su viudedad es la más feliz del mundo con muy poco. Disfruta con sus nietos abrazados a ella, canta a todas horas, ríe a carcajadas y llora recordando. Ella jamás le ha complicado la vida a nadie, ni se ha paseado circunspecta dándose tono ni importancia. Y nunca, jamás de los jamases, se ha bañado en su propio egoísmo para acabar diciendo que la vida es una auténtica mierda.
   Hay quien padece de veras y aprende la lección; y hay quien gusta de imaginarse como un personaje lánguido y novelesco sin causas aparentes. Advierto a los segundos que existe un lado infinitamente más amargo de la vida, que el verse afectado por los acontecimientos es cosa natural y que nadie tiene la culpa de lo que nos pase. A partir de ahí, cada cual que elija cómo quiere vivir. Por mi parte yo lo tengo muy claro.


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