INSEGURAMENTE SEGURA

By María García Baranda - diciembre 27, 2016

     El otro día me preguntó una amiga si no me siento insegura, si no dudo de los pasos que doy. Contesté rápidamente con un no. Y lo argumenté diciendo que me avalan las reacciones que tienen conmigo aquellos que me rodean. ¡Qué pagada de mí misma! Me carcajeo. A ver, matizo y contextualizo. La conversación tuvo lugar en mi ámbito laboral, y se refería a los pasos que doy cada día con mis alumnos. Lo que enseño y cómo lo enseño. El vínculo que establezco con ellos. Lo que exijo y cómo lo exijo. Ahí, hasta cuando patino, me siento segura y firme. Y es que soy plenamente consciente de que cometo errores, pero del mismo modo de que cada paso que doy no es en absoluto arbitrario, sino que es producto de la reflexión y tiene una causa y una finalidad que siempre, siempre, se basan en mi concepto de la educación ideal. ¿Acertado o erróneo? Pero bien fundamentado. 
   La mencionada conversación trajo consigo, como no podía ser menos, la correspondiente vuelta de tuerca. Y es que la cabra siempre tira al monte, ya lo sabemos. Acto seguido entré en la reflexión de cuánta seguridad o inseguridad siento, no ya en mi vida laboral, sino en mi vida personal. Y esa inseguridad de la que siempre hablo descubrí que es un tanto relativa. Acabo de acotarla y remarcarla en el lugar que le corresponde. Sí estoy segura de mis pasos. Sí estoy segura de lo que siento y cómo lo siento. Sí estoy segura de mis deducciones y mis argumentaciones. Lo que me provoca inseguridad, mi punto débil al respecto, son las reacciones ajenas. El cómo se encajen las cosas, cómo (cor)respondan los otros y cómo entiendan mis actos. Ahí sí puedo sentirme insegura. Será que el que el otro me comprenda y no dude de mis porqués me resulta esencial para mantener una relación sana. Será por eso. 
     No soy insegura sobre mí misma. Sé quién soy, dónde piso y con qué fuerza. Tengo las cosas clarísimas y las que no, las destripo hasta limpiarlas. Y es sobre esa base sobre la que me apoyo. Y tiro hacia adelante, porque en la vida no queda otra. Sin dudar de mí. Pero me tambaleo cuando veo a quienes veo dudar es a quienes quiero. Dudar de mí, se entiende. De mis razones, de mis decisiones, de mi fuerza, de mis objetivos. O de si sería capaz de hacer tal o cual cosa. Eso ya deberían saberlo. Quizás peque de exigente con ello. Y ahí sí. Ahí puedo llegar a desmoronarme. Y tal vez haya quien me diga que eso es inseguridad precisamente. Inseguridad por necesitar la revalidación de los demás, lo cual tiene cierto sentido y un considerable grado de verdad. Pero como dije al inicio, acabo de extraer la esencia de la citada inseguridad. No soy infalible, ni tengo la verdad absoluta, pero no suelo actuar al tuntún, aunque improvise o me guste ser anárquica cada vez más a menudo. Ni sin sentimientos. Jamás lo hago. La más dulce o la más ácida, pero movida siempre por la certeza de lo que siento y de lo que defiendo. ¿Que cómo soy, pues? Inseguramente segura.










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