SEIS MICRORRELATOS OSCUROS

By María García Baranda - diciembre 04, 2016



(I) - EL PASEO

Era bastante torpona, pero cogió su bicicleta y comenzó el trayecto decidida a dar lo mejor de sí. Avanzó, avanzó, avanzó. Se detuvo tan solo para beber unos sorbos de agua recalentados, pero sin más tardar continuó. Pedaleó, pedaleó, pedaleó. Se detuvo unos minutos para sentarse de mala manera a reunir fuerzas y continuó. Se resistió, se resistió, se resistió. Fue azotada por un viento fortísimo. Se topó contra una pared. Tuvo que darse la vuelta y regresar a casa. 



(II) - EL BAILE FINAL


Por primera vez en mucho tiempo sonaba una música celestial. Las notas desfilaban en un armonioso paseo que les invitaba a bailar. Y bailaron. Todos los ritmos. Noche y día. No bailar era triste. No bailar provocaba un vacío. Necesitaban bailoteo en sus vidas.  Y música. Y carcajadas. El gramófono dejó de sonar. Alguien lo había parado. Y también las risas.








(III) - ALMA

- ¿Qué haces?
- Coser.
- ¿Y qué coses?
- Mi alma.
- ¿Y por qué?
- Porque está hecha añicos. Y por las hendiduras se escapan trocitos de mí a cada bocanada de aire que exhalo.
- ¿Puedo ayudarte?
- No. Nadie puede. Gracias.






(IV) - LA MENTIRA

Tenía cara de enfadada. Y lo estaba. Profundamente. Con ella. Con él. Con la vida. Sin embargo habría de permanecer ciega, sorda y muda. Todo estaba oscuro. Ya no veía. Nadie encendía la luz. Todo era silencio. Nadie hablaba. Por más que lo intentaba no conseguía despegar sus labios. Decidió pintárselos de un rojo intenso. Y disimular. Y mentir. Mentir muchísimo. Pero prometió que mientras permaneciera ciega, sorda, muda y mintiendo, no volvería a sonreír. Y así lo hizo. Continuó siendo bella eternamente y conservó la piel más tersa del mundo. Y el gesto más severo. 




(V) - EL TEATRILLO

Le encantaba el teatro. El ballet. La música. La literatura. Cada día les dedicaba un ratito a las artes. A su estilo. A su forma. Pequeñas historias con preciosos personajes vestidos de terciopelo y de oro, llevando el compás de sus vidas. Tan adorables. Tan felices. Tan mágicos. Tan... ¿irreales? En ningún otro sitio había visto nada igual, salvo en el arte. A su alrededor nadie parecía emularlos. Todo era realmente extraño. Perfecta y artificialmente asentado en sus justas posiciones. Entró en su habitación. Ante el espejo se descubrió unos hilos que la ataban de cuello, de brazos y de piernas a unos travesaños de madera que colgaban del techo. Era una marioneta. Con guión. Sin más voz, ni más voto que lo ya escrito. ¿Y al mando? Alguien llamado Vida. Corrió al cajón de la cocina, cogió las tijeras y cortó los hilos. Cayó al suelo.   





(VI) - EL CAFÉ

Dormía sin cesar. Tenía tanto sueño atrasado que caía rendida de puro agotamiento mental. Despertaba con sueño, se movía lentamente, escribía un rato y volvía a dormirse. A las horas abría los ojos de nuevo. Pensaba, elucubraba, meditaba, desconectaba, pero le entraba otra vez una soporífera sensación de pesadez de mente y caía inconsciente. Trataba de abrir los ojos, pero lo conseguía a duras penas. El cuerpo pesaba, las ideas aún más. Decidió prepararse un café bien cargado, de los suyos, de los de siempre, por si le ayudaba a despertar de ese letargo que la invadía. Tan solo le dio tiempo a girar un par de veces la cuchara y dar apenas un sorbo. Cayó de nuevo en un largo e intensísimo estado de somnolencia. Lo más curioso de todo es que cuando podía articular palabra decía: "no me dejéis dormir que no tengo sueño". Nadie le hizo caso. 




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