ESTÍMULOS

By María García Baranda - diciembre 11, 2016


1

Entró inquieta y se sentó en el borde de la silla. "¿Empiezas tú o empiezo yo? ¡Andamos guapas!" Hablaron de sus cosas, largo, tendido, profundo, ironizado, dramatizado, de derecha a izquierda y de izquierda a derecha. Desahogaron el pecho y calmaron la velocidad de sus palabras. Comieron y bebieron, como mandan los cánones y esas malas costumbres que nunca hay que perder, porque ¡solo faltaba! Y siguieron charlando y engañando a la mente. La una a la otra y la otra a la una. Así, como hacen las amigas cuando una está en caos. Consiguió relajarse. Un poquito. Lo justo. Fue llegando más gente y algunos ocuparon la mesa contigua. No reparó en detalles, hasta después de un largo rato. Volvía a estar en constante cambio de postura, moviéndose revuelta. Alguien había traido su olor. "Demasiado para el body", pensó. Sugirió cambiar de local. Cogieron sus bolsos, pagaron y salieron a la calle. Respiró hondo y tomó una bocanada de aire que la helase por dentro. Y pensó: "hay que joderse". Sonrío.



2

- ¿Y a ti qué te gusta?
- ¿A mí?
- Sí, a ti. 
- ¡Uy, muchas cosas! Me gustan los libros y cantar en el coche. Me gusta Italia y trasnochar. Que me regales los oídos, ¡soy una frívola! El cine clásico y mi perfume de cabecera. El foie de pato; en pan, a la plancha o en ensalada. Me gusta bailar echando cara a cada paso. Me gusta saber ciertos secretos y el olor de los niños. Un helado gigante. Y,... me gustas tú.
- Muchas gracias.
- Me saca de quicio de lo digas.
- Lo sé.
- ¿Sabes que me saca de quicio que me des las gracias o sabes que me gustas?
- Ambas cosas.
- Ya. Claro. Mucho sabes tú.
- ¡No me copies las frases! ¿Algo más?
- Sí, naturalmente. La duda ofende.
- Sorpréndeme.
- Que...
- Que te saco de quicio yo, ¿no? (¿Qué habré hecho ahora?).
- Nooooo,... bobooo. ¡Que hay algo más que me gusta!
- ?
- Tu sonrisa en momentos muy concretos.
- Y, ¿cuáles son esos?
- En cuanto estemos en uno te aviso y te digo: "¡ahoraaa!"



3

Sé quedó un rato más despierta. Ni siquiera era lo que ocurría a su alrededor lo que la desvelaba. Eso sabía llevarlo, de aquella manera, pero lo llevaba. Era otra cosa lo que le hacía no querer irse a dormir aún. El saber que había ciertas cosas que cambiar, fallos detectados, actos contra natura,... Se sentía tan niña a veces, tan voluble al estímulo preciso, que llegaba a sentir rabia. Una rabia pequeñita, pero rabia, porque le hacía parecer menos seria, menos madura. Y es que en muchos aspectos seguía siendo una niña. Y ella sabía que se notaba. Y al pensarlo, incluso estando sola en casa y aunque nadie absolutamente pudiera verlo, sentía una profunda vergüenza de no saber mantener la compostura. ¡Mmmmm!, torcía el gesto. Pero en su descargo habría que decir que había muchos elementos diferentes en esta etapa de su vida, y en su propio interior, por cierto. Así como que de un tiempo a esta parte se estaba enfrentando a nuevas sensaciones y sentimientos casi a diario. Dificilísimos algunos para ella; enormes otros; importantes todos; inmensamente nutritivos sin duda alguna. La vida, pues. Se sonrió a sí misma con una pizca de condescendencia. Y se permitió irse a dormir diciéndose: "Nena, vive. Y deja descansar la maquinaria algún que otro ratito".







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