RELATOS ENCRIPTADOS (XIV): La manta

By María García Baranda - diciembre 30, 2016




   Había una vez,... o no. A lo mejor, no. Quizás solo se trataba de un espejismo. Bueno, supongamos que había una vez... una chica que se pasaba el día tejiendo y destejiendo una enorme pieza de lana. No sabría decir cuántos días y noches, semanas, meses y años llevaba con aquella tarea, pero esta crecía y crecía en piezas, colores, dibujos y simetrías. Comenzó por ocupar parte de su sala de estar. Después tuvo que ir extendiéndola por toda la habitación. Por el suelo, doblada en partes, enrollada,... Tan grande era la labor que a veces se perdía en su propia forma y la única solución era deshacer parte de lo avanzado. Clavar las agujas de nuevo y retroceder hasta que la obra tomase otra vez un aspecto definido. Formar y reformar. Durante un tiempo nadie se atrevió a preguntar qué era lo que estaba tejiendo con tanto afán. Simplemente lo sabían, la observaban y esperaban que algún día revelase algo que aclarase la cuestión. Pero nada. Jamás sucedía. Continuaba y continuaba, y ni la labor parecía llegar a término, ni ella parecía estar nunca satisfecha del todo. Y tampoco abría la boca para explicar qué estaba tratando de hacer, por qué, ni para qué. Era todo un misterio. O quizás no, porque no olvidemos que a lo mejor era todo un espejismo. La cuestión es que  el tiempo iba pasando y ella comenzaba a tener un humor extraño. Se complacía en su día a día, pero se revolvía en sí misma al no encontrar el modo de... ¡el modo, y punto! Y una mañana enérgica, y harta de hacer y deshacer sus labores decidió quemar todas las madejas de hilo y de lana que tenía. "Así son las cosas y así se van a quedar", se dijo. De pronto todo le pareció perfecto, adecuado, completo y suficiente. ¿Y su labor? Mirándola bien era una manta de buen abrigo y colores brillantes, cálida, suave y ligera. Se la lió a la cabeza y aparcó las agujas de por vida. Había llegado el tiempo de abrigarse y disfrutar de su calor.





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