Dices que vivo como si esta fuese mi segunda vida. Tal y como si pensase que en la primera lo hice mal. Y muy probablemente es cierto. Y me acuerdo de Confucio, de las dos vidas que tenemos y de que la segunda empieza al comprender que solo tenemos una.
Siempre fui intensa, elevada a la enésima potencia, aunque con templanza. Impetuosa y entregada, pero con mesura. Impaciente y ansiosa, pero flexible. Y potente. Así que, seguramente sí. Seguramente es que como he tenido el cuerpo en llagas alguna que otra vez, como creí volverme loca de dolor, muerdo las emociones a dos dentelladas. Las deshago en la lengua percibiendo toda la intensidad de su sabor. Las deslizo por mi garganta gota a gota. Y dejo que me nutran. La sangre. La piel. Vivo esta vida con el firme propósito de no traicionarme nunca más. De adorar lo que amo. De no perderme nada. De saber percibir con un solo vistazo lo grandioso. De adherirme y clavarme a todo aquello que me hace feliz. De no desperdiciar nada ni a nadie que me enriquezca el alma. Y de expandir cuanto pueda aportar a quien lo necesite.
Habrá nuevos errores, pero no de ese tipo. De esos no. El corazón primero. ¿Las pérdidas? Las justas y las devaluadas. Y el sentido común para estar loca. Para ir contracorriente. Para nunca apagarme. Para amar hasta el último momento de mi segunda vida. Como si fuese la primera vez. Redescubriéndo(me).
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