RELATOS ENCRIPTADOS (XIII): Palabras desaparecidas
By María García Baranda - diciembre 27, 2016
Le preguntaron en clase por qué las cosas se llamaban así y quién decidía sus nombres. Y ella les explicó que se trataba de un asunto un tanto arbitrario, pero que el lenguaje lo creábamos los hablantes a fuerza de usarlo. Sonó el timbre y los alumnos abandonaron el aula. Ella se quedó recogiendo y pensando en la clase que acababa de dar. "Las palabras nacen gracias a nosotros, a nuestro uso de ellas. Y mueren de igual modo. Cuando algo, un nuevo concepto toma vida, rápidamente hay que acudir a darle un nombre. Y cuando algo se pasa de moda y se va apartando en un rincón, deja de ser nombrado. Y con ello va muriéndose la palabra y tras ella el concepto".
Se quedó sentada en su silla, con la mente concentrada en sus propias palabras y de pronto se sobresaltó. "Si los conceptos mueren cuando dejan de ser nombrados, ¿qué pasa con todo aquello que no se dice?, ¿qué pasa con las cosas que da miedo nombrar?, ¿y con lo que da vergüenza?, y... ¿qué pasará con los sentimientos ahora que la gente parece tan reacia a mencionarlos?" Se alarmó de veras. Le vino a la cabeza el término "espejarse", tan necesario hoy día. Y comenzó a pensar en cuanto no se dice o se solapa. Pensó en todos aquellos que sonríen a personas a las que ya no soportan porque no son valientes para decir lo que realmente piensan. En los miles de silencios causados por orgullo y cabezonería, por temor a entregarnos, por inseguridad en nosotros mismos. Silencios que ocultan amor, ternura, cariño, y hasta reproche. Pensó en el sufrido dolor escondido tras la hiperprotección, pero nunca mencionado. En el rencor oculto en palabras amables y en el deseo vestido de pudor y apenas nombrado. De hecho, pensó en toda clase de sentimientos que desaparecerían de no ser nombrados. Y acto seguido meneó su cabeza en un gesto de "no puede ser" al recordarse que era una batalla diaria el que la gente se abriese por dentro. "Con los tiempos que corren", se dijo, "en cuatro días nos quedamos sin amor, sin deseo, sin miedos, sin rencor,... sin sentir. Supo de inmediato que no había remedio y comenzó a buscar un modo de ponerse a salvo. Quizás el fenómeno dejaría algún superviviente y si era así, quería estar entre ellos. Buscó y buscó un modo de hacerlo, y dio con él. En realidad se dio cuenta de que llevaba tiempo practicando ese método y eso le hizo soltar un suspiro de cierto alivio, al menos relativo. Palabras usadas, conceptos salvados. Seguiría sintiendo porque ella sabía cómo. Pero, ¿y el resto? Ella, ¿y quién más? Y... ¿durante cuánto tiempo? Volvió a inquietarse y sus ojos se quedaron mirando a un punto fijo. Han pasado días desde entonces. Aún sigue allí sentada, en su silla.
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